
Francisco Canals Beviá
Los aspectos más significativos de la denominada globalización o mundialización, especialmente aquellos relacionados con la unificación de mercados y los movimientos de población a escala planetaria, presentan unos evidentes efectos concretos en nuestros pueblos y ciudades. Por tanto, en base a los citados aspectos, podríamos realizar un ejercicio de análisis o comprobación de cómo habría afectado y estaría afectando este fenómeno a un municipio alicantino/valenciano, en nuestro caso: Sant Vicent del Raspeig. Para efectuar este análisis o comprobación podemos utilizar varios métodos, uno de ellos puede ser un simple ejercicio de contraste o comparación de los cambios habidos en estos últimos años en el tejido social, urbanístico y económico. También podemos suponer que alguien que hubiese abandonado el pueblo hace muchos años volviese ahora y se encontrase ante la nueva realidad sanvicentera (hipótesis intelectual). Un individuo cuyas vivencias y devenir por diversos entornos y culturas diferentes le permitiese apreciar y comparar las transformaciones y los cambios sobre el espacio local y sus perspectivas. Una persona, por lo demás emparentada con un algún conseller autonómico y un exalcalde, entre otros (dato sociológico). Como conocedor del antiguo contexto urbanístico, y a pesar de las transformaciones acaecidas en los últimos años, reconocería, sin duda alguna, el pueblo: una superposición, ampliación y ensanche, sobre la base de su estructura tradicional. Curiosamente, sobre el casi mismo trazado de los antiguos caminos que circundaban el primigenio caserío se han construido las circunvalaciones y rondas. El acceso desde Alicante todavía le parecería familiar, a pesar de los cambios habidos en los últimos años. Y de todas las modificaciones la que encontraría más relevante y significativa, además de sorprendente, es encontrar al recinto del antiguo cuartel de la aviación franquista, antes espacio industrial, convertido en la sede de una universidad, la Universitat d’ Alacant. Un periplo por el término municipal le permitiría observar aquellos cambios, quizás más significativos, relevantes e “impactantes”, más si que cabe que los urbanísticos, cambios en el paisaje cultural, social y económico, producto de los nuevos tiempos, nuevas tendencias y realidades que se han dado en llamar globalización o mundialización. Un recorrido por los antiguos caminos de las partidas de Boqueres y Raspeig, prácticamente sin circulación alguna, y menos en vehículo, hasta hace pocos años, aunque los reconocería lo que más le llamaría la atención es encontrarse, por ejemplo, con un camión polaco y vehículos de matrículas tan exóticas como Bulgaria, Eslovaquia o Lituania Y aunque no vería a ningún autóctono trabajando la tierra si podría observar a ecuatorianos o rumanos. En la tradicional centro del pueblo, en la Plaça de l’ Ajuntament, quizás lo que más le sorprendería de ella era que pudiendo reconocer, casi intacta, al lado del Ayuntamiento, la fachada del antiguo “Café España”, ahora viese que se denominaba “Okavango”. El pasar de la denominación tradicional de España a un nombre de un río africano, le podría hacer pensar si era una simple casualidad, fruto del snobismo, o una premonición sobre el futuro. En un par de tardes del verano-otoño sanvicentero de 2.008, en el trayecto entre algunas calles del antiguo casco urbano tradicional, podría ver y escuchar a un grupo de mujeres hablando en guaraní en el Carrer Major, vería a una pareja joven hablando en ruso en el Carrer del Forn, un grupo de hombres hablando en rumano, una joven vestida con el velo islámico. Unos niños que jugaban en el antiguo Jardinet, aunque la mitad de ellos eran de padres de procedencia tan exótica como Armenia o Rusia, hablaban en un castellano sin especial acento. Vería y escucharía a dos personas de aspecto marroquí y constataría que lo que hablaban no era árabe sino uno de los dialectos bereberes. Ya oscureciendo, unos jóvenes con fuerte acento anglosajón le preguntarían “por dónde se iba a la playa”. También le parecería ver a mucha gente con apariencia de “estar de paso”, y no de turismo, Si le parecería no escuchar mucho el valenciano sanvicentero, podría haber visto a una mujer joven, la cual empujaba un cochecito de bebe, con otro niño pequeño a su lado. El bebe, una niña de aspecto sudamericano, mientras que la mujer y el niño eran más bien rubios. Y lo que más le sorprendería es que la mujer se dirigiese al niño en valenciano, diciéndole: “J., vine aquí, no se separes de la teua germaneta” (sic). Cosas como estás podría haber visto y escuchado si nuestro “visitante”, se hubiese paseado algunas tardes por el antiguo pueblo de Sant Vicent del Raspeig. De todas lo que había visto, no sabría decir cual de ellas le habría dejado más perplejo. Si su atención se fijase en los cambios y transformaciones en el paisaje económico local, podría ver restaurantes y tiendas chinas, restaurantes turcos, hasta tailandeses o mexicanos. Podría ver chinos, “trabajando como chinos”, “hasta diumenges i tot”. Podría constatar la desaparición de la base industrial, formada desde la segunda decena del pasado siglo, como muebles, construcción o alimentación. Si pusiera su atención en la “fábrica de ciments”, en una noche de comienzo del otoño, podría contemplar como los nuevos tiempos, la denominada globalización se la llevaba para siempre, mes tard o mes prompte”. Podía comprobar que los tiempos habían cambiado y si nuestro viajero continuase la fase urbana de su periplo, recorriendo las zonas industriales, si se fijase en el continente y el contenido de su estructura, llegaría a la conclusión de que no había visto, por parte alguna, nuevas tendencias en su tejido económico que le hicieran pensar que el futuro del pueblo en la nuevas realidades venideras, en un mundo global, podría ser algo distinto que el suburbio. La constatación de que los tiempos habían cambiado, y si todo cambia también es verdad que todo pasa y también todo queda, y que lo que podría ver, en el lugar donde antaño se bifurcaban los caminos y comenzaba la denominada “carrera de Madrid”, si en un principio le podría producir sorpresa o perplejidad, cuando racionalizaría el hecho y su significado, no tuvo más remedio que pensar “hai coses que no canviaran mai”, la vida siempre continua. Francisco Canals Beviá - Doctor en Economía